Por Santi García.- No podía dejar de correr, pues aquellos desquiciantes e intensos gritos le perseguían sin tregua y el corazón se le aceleraba más con cada paso que daba. Le pitaban los oídos y sentía como una fuerte migraña invadía su prominente cabeza, con tanta intensidad que estuvo a punto de desplomarse por el  repentino mareo que le sobrevino, pero resistió e intentó no pensar en la sensación de sudor frío que recorría cada rincón de su cuerpo. No podía contener las lágrimas y no era por miedo a lo que los autores de dichas voces, que cada vez estaban más ceca, le pudieran hacer, sino por la simple existencia de ellas.

Sabía que nunca podría borrar lo que había hecho, quizá a duras penas taparlo para poder continuar con su miserable vida. No tenía perdón, tan solo era un monstruo traicionero y oportunista que arrebataba la esencia de todo lo que era puro. Lo había hecho ya tres veces y aun no había conseguido deshumanizarse del todo, tenía remordimientos, pero sabía que habría una cuarta, una quinta y puede que una sexta, pues ya no había vuelta atrás. Empezó a morderse las uñas y terminó arrancándoselas todas, mientras escuchaba el crujido que se producía, como hacía siempre después de cada trabajo, calmaba su ansiedad y reprimía con ello sus ganas de suicidarse. Sabía que en el fondo estaba solo, pues las voces no las escuchaba a través de sus oídos, simplemente las llevaba dentro.

Sentía que si en alguna de aquellas ocasiones, en las que él se limitaba a realizar su sucio trabajo, le agredían o mataban para defenderse, en el fondo se lo tendría bien merecido. Para él era muy duro desahuciar a personas que llevaban toda la vida trabajando, pero por dar de comer a su familia hacía cualquier cosa, incluso vender su alma.