-¿Me lleva a la Avenida de Córdoba, 7?

-¿Al Museo del Jamón?, responde sin dudar el taxista.

La fachada del inmenso local es inconfundible, con el logotipo de la marca estampado en unos toldos de color rojo, que dan sombra a unas cristaleras desde las que se adivinan dos zonas: una cafetería con restaurante y una charcutería, a la que acuden vecinos de la zona desde primera hora de la mañana. La dirección es bien conocida en el barrio de Usera. “Aquí los precios son más populares que en otros locales que tenemos abiertos en Madrid. No nos hemos olvidado del lugar en el que comenzó todo”, advierte Luis Alfonso Muñoz, uno de los responsables del negocio.

Huele a jamón. Es la estrella. Una vez traspasado el umbral de este inmenso local de 2.500 metros cuadrados de superficie, el visitante intuye que en la trastienda pasan cosas. Bastantes. Para empezar, todo el pan que se consume en los diferentes establecimientos de este negocio familiar —siete en total: Paseo del Prado, Carrera de San Jerónimo, Calle y Plaza Mayor, Poeta Joan Maragall, Gran Vía y la Avenida de Córdoba— es de elaboración propia. Venden más de un millón de bocadillos de jamón al año, entre serrano e ibérico (aunque este último es el más consumido). De elaborarlo desde hace 40 años se encarga Pablo Gutiérrez, que desde las tres de la mañana se ocupa, junto a otras tres personas que trabajan en el obrador de panadería y pastelería, de amasar y hornear las 3.000 piezas de pan que elaboran cada día. Al lado se encuentra, friendo y rellenando buñuelos, el pastelero Eugenio Villegas, 25 años en la empresa. “Todo lo hacemos en la casa y todos sabemos hacer de todo”, dice Muñoz, que antes de pisar despacho fue charcutero, camarero y mozo de almacén. (elpais.es) (Leer más)